Sor Caritas Pirckheimer, una epopeya de fe
Este retrato de mujer de Alberto Durero, aunque no atribuido
por el artista, se considera dedicado a Sor Caritas Pirckheimer.
El triunfo del protestantismo en Alemania no se logró sin resistencia. Muchos religiosos se adaptaron a la naciente herejía, pero hubo conventos que se mantuvieron fieles hasta el final. Es el caso de las clarisas de Núremberg, a cuyo frente Sor Caritas Pirckheimer se plantó ante todas las pretensiones y presiones de las autoridades civiles pasadas al luteranismo.
Eran sesenta monjas al inicio de la epopeya, y todas conservaron la fe incluso más de medio siglo después de fallecida la abadesa. El convento permaneció católico hasta su última monja. Ésta es la historia, contada por Cristina Siccardi en Corrispondenza Romana:
En Alemania, cuando Lutero sembró su doctrina herética, surgió en Núremberg una monja que tuvo el coraje y la fuerza de no seguirlo. Se llamaba Sor Caritas Pirckheimer (1467-1532), una figura para redescubrir en nuestros días.
El prestigio y la preparación de la abadesa Caritas hizo que el monasterio de las clarisas de Núremberg fuera el intérprete de una encendida disputa en el interior de la ciudad. Las enclaustradas perseguidas han dejado registro de sí mismas en una puntual crónica, bajo el título Hechos memorables, un documento de inestimable valor histórico y espiritual, que expone los eventos desde 1524 a 1528, enfocados en la defensa de la fe y de la Iglesia católica.
Comienza con un informe de la Madre Abadesa:
«La doctrina de Lutero ha sido la causa de muchas ruinas; crueles discordias han desagarrado la cristiandad, las ceremonias de las iglesias resultaron mutiladas y en muchos lugares han de repente abandonado el propio estado, porque se predicaba la supuesta libertad cristiana, se repetía que las leyes de la Iglesia y los votos no obligaban a nadie más. La consecuencia de tal argumentación fue que un buen número de monjes y monjas usaron esta libertad para abandonar el claustro y dejar sus hábitos; muchos incluso se casaron y, en una palabra, no actuaron sino siguiendo su propia fantasía».
Bárbara Pirckheimer, la mayor de doce hijos, nacida en una familia importante y erudita de Núremberg, recibió una educación humanística, sobresaliendo en el latín, y a los 16 años entró en las clarisas tomando el nombre de Caritas. El monasterio, conocido por su vasta biblioteca y su scriptorium -habitación reservada para escribir manuscritos- abrigaba a cerca de 60 monjas, todas ellas provenientes de las familias más prestigiosas de Núremberg. Muchos estudiosos tomaron conocimiento de su existencia a causa de su hermano Willibald, que había estudiado en Italia y que se convirtió en uno de los más importantes humanistas alemanes.
Las ideas de Martín Lutero fueron debatidas en Núremberg ya en 1517 y Willibald fue uno de sus primeros admiradores. Sor Caritas se opuso desde el principio. Pero cuando en 1524 la ciudad de Núremberg comenzó a actuar contra las Clarisas, Willlibald tomó su defensa.
Día tras día poderosas y temibles personalidades llevaban a las autoridades civiles que habían asumido el poder religioso a visitar a las hermanas “rebeldes”: intentaban enseñarles las doctrinas de Lutero, en un vano intento de convencerlas de desistir de su propio estado, por cuanto la vida religiosa no era vista por el luteranismo como una consagración por amor de Dios y deseo de vivir su amorosa presencia, sino como una forma de regateo: la salvación eterna a cambio de una vida de privaciones.
Así, numerosas familias, influenciadas por estas discordias, intentaban llevarse a sus hijas, sus hermanas y sobrinas monjas. Durante toda la Cuaresma del 1525 hubo un continuo debate en la ciudad entre aquellos que adherían a la nueva doctrina y sacerdotes o religiosos, y en todas las ocasiones los secuaces de Lutero guardaban mayor consenso. Los miembros del Consejo anunciaron la intención de retirar a las hermanas del servicio espiritual de los sacerdotes papistas, substituyéndolos por pastores de la nueva generación alemana: «Desde este día nosotras fuimos privadas de la confesión, de la comunión y de todos los sacramentos inclusive en peligro de muerte».
La abadesa y sus hijas fueron obligadas a aceptar a los predicadores del Consejo local, pero rechazaron a los confesores, prefiriendo privarse de los sacramentos antes que ceder a los errores. Frente al mismo Consejo la Madre Caritas declaró: «El Consejo recordará ciertamente que nosotros le hemos siempre obedecido en las cosas temporales, pero en lo que dice respecto a nuestras almas no obedecemos sino a nuestra conciencia».
Se intentó hacer un verdadero y real lavado de cerebro para intentar atraer a las clarisas a las redes de luteranismo. Pero nada pudo vencer la fe de ese monasterio. Con frecuencia los predicadores usaron un tono bastante agresivo, sin embargo las monjas no cayeron: escucharon 111 prédicas, pero ninguna de ellas tuvo efecto y no lograron cansarlas pero sí al Consejo, que no mandó más delegados.
Homenaje a Sor Caritas en el antiguo convento de clarisas de Núremberg.
Se llegó así a las privaciones económicas y a las amenazas. Fue en la Semana Santa de 1525: «Cuando al Curador vio que nunca llegaría a vencer mi resistencia cambió de tema y me habló de un levantamiento de campesinos que se habían rebelado, en un número muy considerable, para saquear los conventos y expulsar o sentenciar a muerte a todos los religiosos y las religiosas. Y que no debía permanecer una sola clarisa en el convento de aquella ciudad; y que haríamos bien en reflexionar y no dar motivo, al volver, a una gran masacre».
El día después de Pascua se prohibió todo culto católico en toda la ciudad. A continuación los agustinos («¡que eran la fuente de todas estas desgracia!»), los carmelitas, los cartujos… abandonaron sus hábitos, no rezaron más maitines y celebraron los oficios de acuerdo a su subjetiva voluntad. Muchos tomaron mujer. Las presiones sobre las clarisas eran estresantes: cotidianamente las intimidaban con sacarlas, con demoler el claustro, con destruirlo hasta los cimientos. «Nos convertimos para todos, grandes y pequeños, en objeto de desprecio […]. Somos objeto de mayor desprecio que las mujeres públicas y se nos dice que verdaderamente valemos menos que ellas. […] No quieren que nadie llame más ‘claustros’ a nuestros conventos sino ‘hospicios’ ni que las hermanas se llamen ‘canonesas’, la abadesa y la priora se deben llamar ‘directoras’: no debe existir distinción alguna entre los clérigos y los laicos».
Las disputas que mantuvieron la abadesa y los delegados revolucionarios -fielmente descritas en el documento histórico- demostraron la teológica y doctrinal preparación de la heroica e iluminada Caritas, la cual reunió a las hermanas en el capítulo de aquel 1525 y pidió su parecer sobre la conducta a seguir: «Las encontré a todas con el mismo sentimiento y me han respondido que nunca iban a dejarse convertir a la nueva doctrina a través de ningún sufrimiento; que nunca se iban a separar de la santa Iglesia y que no serían capaces de arrastrarlas fuera de la vida monástica. Rechazaron la dirección de los sacerdotes apóstatas prefiriendo quedar largo tiempo sin confesión y privadas de la santa Comunión. […] Escribí la súplica […] que la comunidad aprobó por unanimidad después de haber oído la lectura. Cada una solicitó firmar; todas queríamos la propia parte de responsabilidad en la desgracia de la cual pudiera ser para nosotras la fuente».
Felipe Melanchton -amigo de Lutero y uno de los mayores protagonistas de la revolución protestante- fue personalmente a visitar a las Clarisas, pero se quedó admirado frente a la abadesa y se despidió amistosamente. Así, no obstante muchas privaciones y sufrimientos, el monasterio se mantuvo con vida.
En 1530 Willibald, el fiel patrocinador, muere, mientras Caritas desaparece dos años después. Su hermana Clara le sucede, luego la sigue su sobrina Catalina. Las clarisas, a las cuales les es prohibido categóricamente acoger novicias, permanecen sólidamente ancladas a la Iglesia de Roma, hasta la última monja, sor Felicita, que se apaga en el año 1591 a la edad de 91 años: conforme a los pactos asumidos, el Consejo de la ciudad debía esperar su muerte para tomar posesión del convento.
Entretanto, todos los monasterios de todas las órdenes existentes bajo la jurisdicción luterana, desaparecieron. La historiografía nunca podrá colmar el gran vacío de información acerca del desarrollo de la clausura de los claustros, porque la mayor parte de los archivos conventuales ha sido deliberadamente destruida. Sin embargo, las valiosas memorias de las Clarisas de Núremberg nos hacen comprender bien el sistema coercitivo y violento de los luteranos y la respuesta de las esposas de Cristo que, grabada para siempre, es aquella de los santos:
«La Iglesia fue gobernada hasta ahora por el Espíritu Santo, según la promesa de Cristo. Nada nos va a separar de ella. Nosotros sufriremos aquello que quiera Dios enviarnos, es mejor sufrir por causa del mal que consentir a hacer el mal».
Fuente: Religión en Libertad